16 ene 2012

VARGAS LLOSA MÁS ALLA DEL NOBEL

(Por Carlos D. Mesa, Publicado en El País de Madrid el 20 de octubre de 2010)

Conversación en la Catedral fue para mí un deslumbramiento. Me conectó de modo definitivo con la literatura latinoamericana y me acercó carnalmente a la realidad, una realidad que aparecía en la novela a partir de una Lima agria como “La Catedral”, el bar en el que Zavalita desgranaba el Perú y desgranaba algo más; nuestra América. Era el fin de los años sesenta. A su lado y por contraste, me ronda la figura de otro personaje de esa historia, Bermúdez, el siniestro ministro del Interior, razonablemente pulcro, obsesivamente ordenado, cínico e implacable “como correspondía”. Por si fuera poco, todavía late en mi mente la escena entre fascinante y obscena del amor prohibido entre dos mujeres que, como en el personaje de Lalita en La Casa Verde, tenía mucho de erotismo, de pasión y aunque suene absurdo, de pureza.
Vargas Llosa me apasionó porque me obligó a sumergirme en sus palabras, recorrer los mismos ríos intrincados del “chino” que navegaba los ríos de la selva hasta volverse selva. Pasaba entonces las páginas tratando de adivinar al final de cada capítulo sólo para saber cómo resolvería el novelista el siguiente, cómo armaría las piezas intrincadas de la (s) historia (s), cómo envolvería y desenvolvería la trama y los personajes. Era una racionalidad mágica. Pensé entonces, sin haber leído todavía a Joyce ni a Faulkner, que la palabra construida, rodeada, explosiva, intencionalmente trabajada con la paciencia y la destreza del orfebre, lo era todo porque se había convertido en la suma maravillosa de contenedor y contenido en perfecta y desafiante armonía. Admiré la prosa poética, el relato cortante, los personajes cuyo realismo hería. Quedé completamente embelesado con las dos novelas, por encima de La Ciudad y los Perros, aunque “el poeta”, ese curioso personaje anticlimático del colegio militar Leoncio Prado, aún  ejercía una suerte de hipnotismo sobre un adolescente como yo que aspiraba a escribir no sólo las cartas de los reclutas, sino la novela del novelista. Buscaba descubrir en el joven cadete el mundo secreto del amor juvenil mirado desde una mezcla de sexualidad animal e ingenuo romanticismo.
No sé si Zavalita y Lalita son los mejores personajes de Vargas Llosa, ni sé tampoco si él mismo a lo largo de su extensa obra, mira hoy de otro modo ese tour de force tan del boom latinoamericano y tan permeado por las ideas de cuando escribió ambas obras, una Cuba de la que no se podía ser sino rendido admirador, hasta que –caso Padilla mediante- se destapó la disyuntiva imposible entre revolución y democracia que Fidel Castro resolvió de modo implacable.
Vargas Llosa, lo dice casi todo el mundo, es un gran narrador pero un derechista radical. Empecemos por el principio, Vargas Llosa es uno de los grandes novelistas de nuestro tiempo y es un liberal convencido y militante que ha decidido hacer de la pluma una trinchera del pensamiento político en el que cree. Podría decirse con ligereza que una cosa no tiene que ver con la otra, pero sería absurdo pretender que el narrador nada tiene que ver con el columnista apasionado. Ambos son uno y el mismo.
Cuando conversé por primera vez con él en 1986 y le hice una entrevista para un programa de televisión en Bolivia, sencillamente pensé que había tenido uno de los mayores privilegios de mi vida. Su lucidez literaria me abrumaba. ¿Cómo no recordar en ese diálogo La Orgía Perpetua y su magistral retrato de Flaubert? Años después me destoqué ante La Utopía Arcaica, el más lúcido tránsito por el pensamiento indigenista peruano a partir de la figura gigantesca (pero no intocable) de José María Arguedas.
Hoy, prefiero recordar esa primera entrevista y mi admiración ilimitada de esos años. Mis encuentros posteriores con el escritor –como suele suceder- desdibujaron la magia del ídolo admirado para enfrentar al hombre de carne y hueso, su evidente cansancio por las entrevistas infinitas, o la imposibilidad de usar sus mismos atributos como creador literario a la hora de intentar entender las tribulaciones de una circunstancia, o la distancia casi gélida para marcar sin matices la diferencia entre su visión de lo bueno y de lo malo.
Pero, es obvio, poco importa mi percepción personal sobre la figura del novelista que acaba de ganar el premio Nóbel. Vargas Llosa –no se dude- es más que el Nóbel, pero el Nóbel le calza con justeza. Borges fue mucho más que el Nóbel y prueba que el premio no modifica nada. Con los años –creo-  a diferencia de tantos y tantos escritores laureados por los suecos, el novelista peruano pervivirá porque es una de las grandes figuras de nuestras letras, tanto como es una figura influyente en el debate sobre el pensamiento moderno en política y en filosofía política y como tal será también recordado. Por eso conservo sus tres tomos de Contra Viento y Marea, lo mejor de su obra ensayística política, aunque muchas veces me siento muy lejos de sus ideas, pero nunca indiferente a sus provocaciones.
Lo que no haré jamás será alejarme de sus novelas que leí con fruición. Vargas Llosa no es como Rulfo hombre de un par de obras, pero cuando se tenga que escoger, me da la impresión de que él mismo preferiría una o dos de sus grandes novelas antes que una difusa obra completa, tan desigual cuanto prolífica. Quizás, sin embargo, antes de afirmarlo tan categóricamente, valdrá recordar  La Guerra del fin del Mundo, Lituma en los Andes y El Hablador, o dos deliciosas novelas difícilmente catalogables como Pantaleón… y La Tía Julia y habrá que rendirse una vez más ante la evidencia de que ha logrado una obra literaria de una profundidad tal que una parte de América Latina, una parte de la condición humana, una parte de la luz y la oscuridad de lo que somos, lo hace un autor imprescindible del paso de dos siglos al que ha acompañado con las armas que ese tránsito le ha dado.
Pero, permítaseme escoger el desencanto de Zavalita y la bella muchacha ciega, como los dos seres más entrañables que invento el deicida que más admiré cuando tenía diecisiete años.

ENVÍEN A ARISTÓTELES


 
Por: UMBERTO ECO

(es autor de las novelas ‘La misteriosa llama de la Reina Loana’, ‘Baudolino’, ‘el Nombre de la Rosa’ y ‘El Péndulo de Foucault’. Traducción de Héctor Shelley)

“Una investigación de la compañía McAfee ha llegado a la conclusión de que el fenómeno del spam, es decir, de los mensajes no deseados que nos llegan por correo electrónico, produce un consumo de energía enorme. Un solo mensaje genera 0,3 gramos de dióxido de carbono, equivalente a las emisiones de un choche que recorre un metro de carretera. Parece ser que todo el spam en circulación consume 33 millones de kilowatios por hora de energía cada año, lo que equivaldría a lo que consumen tres millones de coches o dos millones y medio de hogares. De ello se deriva un efecto invernadero de 17 millones de toneladas de anhídrido carbónico. Salto otros detalles técnicos y me limito a observar que el spam, por lo tanto, no se limita a ser una molestia y a menudo una forma de robarnos información, sino que influye negativamente en nuestra salud.

Por lo visto, ninguna autoridad del mundo es capaz de reducir el spam, y tampoco los filtros que algunos de nosotros tenemos activados sirven de mucho: muchos mensajes no deseados pasan a través de sus mallas y parece ser que el mayor derroche de energía consiste precisamente en abrirlos o eliminarlos manualmente. Son cosas que te dan mucha rabia y uno piensa cómo puede defenderse por sí mismo. Como no se me ocurre nada mejor propongo la siguiente idea a modo de venganza.

Bien: dividamos a los que nos mandan mensajes no deseados entre pelmazos industriales y pelmazos artesanales. Me imagino que los pelmazos industriales tienen muchos medios para neutralizar mi protesta, pero hay millares de pelmazos artesanales, como los que en una lengua harto incierta nos dicen que hemos ganado un premio y nos piden nuestros datos, o el malayo que ha recibido una herencia enorme que por algún motivo no puede cobrar y nos pide que participemos al 50% para hacerla efectiva, claramente enviando una cierta suma como garantía, etcétera, etcétera. Los pelmazos artesanales quizá ni siquiera tengan banda ancha y no se si a ustedes les ha pasado alguna vez que algún majadero les mandase todo un volumen de 600 páginas, con fotografías en color incluidas, mientras no estaban en su casa con su hermosa banda ancha sino en un hotel o en una casa de campo, con el resultado de que, para descargar semejante basura, el ordenador se quedaba bloqueado durante por lo menos una hora.

Ahora, a este tipo de pelmazos se les puede contestar adjuntándoles la Biblia de Jerusalén. La pueden encontrar en italiano en el sitio www.liberliber.it/biblioteca/b/bibbia/index.htm y tal como les llega tiene 1.226 páginas y pesa 11.574 KB. Si tienen banda ancha, sale en pocos minutos, y si no, podrían hacer que el ordenador trabaje de noche. Si el que lo recibe no tiene banda ancha, alguna dificultad tendrá. Que so luego no fuera yo el único que se la menda sino que centenares de usuarios hacen lo mismo, el desgraciado se quedaría prácticamente inmovilizado.

Ya lo se que al hacerlo contribuirían a aumentar la contaminación. Claro que, si por casualidad, a la vuelta de algunas semanas, esta respuesta convenciera a una cierta cantidad de pelmazos para desistir, al final el precio energético pagado sería inferior a la ganancia final. Y además, pereat mundus, el placer de la venganza no soporta sórdidos cálculos.

Naturalmente, sin mucho esfuerzo, el plan se podría mejorar. El facsímil de la edición de 1552 de la Retórica y la Poética de Aristóteles, en formato PDF, tiene más de 37 mil Kb y las mismas dimensiones tiene la Summa Theologica en edición bilingüe. Los Misterios de París de Sue en edición francesa, él solo, a 76.871 Kb, casi seis veces la Biblia. Si además poseen ustedes una máquina eficiente y la ponen a trabajar de noche, pueden mandar todos los textos que he citado, juntos.

En fin, que también una organización industrial que se viera llegar algunos millares de biblias o de Misterios de París podría pensársela dos veces…y por lo tanto, la molestia para el destinataria igual de consistente”.