31 dic 2012

POR HOY TODO ES SEATTLE...

Empiezo citando a Tess of the D’Urbervilles (Thomas Hardy 1891) como referencia a la ultima novela que acabo de leer (primera parte de una trilogia...y no acostumbro leer trilogías), que se suma de coincidente manera, a la novena temporada de Grey's Anatomy y trae a mi memoria una época no tan antigua de mi propia vida que... bueno prefiero describirla con unas cuantas fotografías from internet.

a C.G.
 
 
 
 


Españolitis

from Dame una tregua

















- Es un dolor intenso, doctor, punzante, fragoso.

- ¿Aquí?

- No

- ¿Aquí?

- No

-¿Aquí?

- No.

Resoplido.

-¿Dónde entonces?

-No sabría decirle, pero cómo duele.

Silencio. Ojos.

- Seguramente sea la españolidad. Una inflamación de la españolidad. Últimamente se están dando muchos casos.

- ¿Y es grave, doctor?

- Se puede vivir con ello.

- ¿Se opera?

La lista de espera es larga, y ahora con los recortes… pero no tema, le recetaré algo para los síntomas, para la tristeza, para la desesperanza, para esa melancolía típicamente española que produce la enfermedad.

- ¿Y cómo la he cogido?

- Vaya usted a saber, malos hábitos, una dictadura que campó a sus anchas y sigue campando, una nefasta transición, una estructura podrida por la corrupción… puede que Julio Iglesias… no están claras las causas.

- ¿Y qué me recomienda, doctor?

Silencio.

- ¿Qué me recomienda?

Ojos.



ANOCHE ERA UNA TIPA NORMAL...AHORA NO LO SÉ


La trama de la novela me dejó por varios momentos, absorta en mis propios recuerdos. Afectada de cierto modo, podría calcular. No imaginé que ésta navidad mía, sería perturbada de esta manera. Analizando los hechos reales (los míos) e imaginarios (los del libro), llegué a la conclusión una vez más, de que nada sucede por casualidad. De hecho, muchas situaciones y circunstancias desquiciadamente coincidían entre sí, pero de ello no escribiré ahora. Bástame decir que hoy mismo y en cuanto llegue a casa, tomaré el libro relucientemente nuevo, comprado hace 48 horas y leído en la misma cantidad de tiempo, y lo depositaré en el tacho de la basura. Sí, ese será su último lugar en mi departamento, antes de ir a parar a quien sabe dónde.

Luego de observarlo semiescondido en la bolsa negra del tacho, por dos milésimas de segundó querré tomarlo de nuevo y colocarlo en mi librero blanco, quizá junto al de Lechín y Siles (los tres debieran estar en la basura), pero casi inmediatamente, me convenceré de lo que en verdad son, y me decidiré por gestionarles un lugar final entre los desperdicios de fin de año.
 

RECORDANDO ESTABA...

...sobre algunas cosas y personas pasadas, quizás hace un par de años atrás...cuando me hallaba en situaciones poco similares que las de hoy. Casualmente (y no hay nada casual), hallé este breve escrito from impersonem que me recordó algo...a alguien...en fin, ahora lo transcribo:

UY, UY, UY


Uy, uy, uy, los ladrones se visten de traje
(engañoso ropaje),
guantes blancos, corbata de seda,
la camisa a su gusto queda,
un par de gemelos
que hacen juego con alguna pulsera,
un reloj que ha costado lo suyo,
el cual mide los tiempos en la sala de espera
donde el engaño acomoda sus cuentas...

Y el dinero se va por aquí y por allá
y por el fondo de alguna chistera,
y si el guardián de la ley
descubre sus tretas,
a pensar la estrategia
para una buena defensa,
y a preguntas del Juez
se encogen los hombros
y la boca se cierra,
y según sean los hilos
y según sea la tela
así será el traje y el trato,
y presuntamente así la condena,
y el in dubio pro reo
será o no invocado
y será o no concedido.

Este mundo es tan solo un teatro
con muchas escenas
donde la tela y los hilos
le dan al ladrón engañosa apariencia...

Uy, uy, uy, los ladrones se visten de traje,
y bajo ese ropaje parecen honrados
hasta que por esas razones que sabe el destino
se conoce lo que han robado
y su suerte cambia de camino...

26 dic 2012

DETENIDO SUPERHEROE REAL EN SEATTLE

 
11 de octubre de 2011
Phoenix Jones fue detenido en Seattle el pasado fin de semana.Alegó que estaba intentando parar una pelea callejera.Los agredidos dicen que simplemente volvían a casa cantando y bailando.
El autoproclamado superhéroe Phoenix Jones, conocido en Estados Unidos por su característica vestimenta negra y amarilla, ha sido acusado de atacar con un espray de pimienta a cuatro personas que salían de un club nocturno de Seattle. Jones fue arrestado y pasó la noche entre rejas tras el incidente.

Phoenix Jones asegura que intentaba para una pelea y se vio obligado a utilizar el aerosol. Sin embargo, las cuatro personas atacadas aseguran que no había ningún problema entre ellos y explicaron a la policía que volvían a casa cantando y bailando cuando Jones se abalanzó sobre ellos.


El superhéroe, cuyo verdadero nombre es Benjamin John Francis Fodor, fue detenido la madrugada del sábado al domingo con cargos de asalto en cuarto grado y puesto en libertad bajo finaza en la tarde de ese mismo día. Phoenix aseguró que el policía que le arrestó quería vengarse de él.
Un ayudante de Jones grabó parte del incidente en vídeo y lo envió a la web PubliCola. En la grabación se ve a un chica persiguiendo y golpeando con el bolso al héroe, aunque no aparecen los momentos previos, cuando el vigilante supuestamente roció con pimienta a los viandantes.
"Cuando patrullo por un vecindario, los criminales se marchan porque ven el traje. Quiero dar a entender que las personas no deberían andar por ahí y ver algo malo y quedarse sin hacer nada", dijo Jones en enero. Una semana después, cuando le rompieron la nariz por meterse en una pelea, la policía le aconsejó que no se metiese en esos líos y que, en esos casos, llamase al 911.

15 dic 2012

TODO SE TRANSFORMA

(Carla  Corbella)

Transformación sobrenatural, símbolo de trascendencia his-“T  tórica, creencia de diversos pueblos.”
Horizontal, fila ocho, doce  espacios,  su tercera letra  es una “S “

Todavía tenía aquella imagen rondándome en lo más hondo de mi mente,  mi memoria visual no me permitía olvidar. Aquella misma mañana no había podido resolver esa odiosa definición del cruci- grama de la revista “Vivos” mientras desayunaba en una cafetería cercana.
Sentí  el viento  helado  rasgándome las carnes por debajo  de mis dos abrigos  incluso antes de abrir  los ojos.  Me sorprendí a mí misma senta- da en un banco rojo de la plaza principal del ba- rrio  inglés, miré  a mi alrededor y todo  parecía abrumadoramente tranquilo. No me extrañó no saber cómo había llegado hasta allí, “seguramente andando luego de volver de tribunales“ me dije restándole importancia, estaba tan absorta en el último caso que apenas me daba  cuenta de mis propias  acciones “ya ha terminado, ya lo has re- suelto“ me tranquilicé en un suspiro  prolongado tratando de no pensar más en aquel  tema.  Sin embargo, no podía sacármelo de la cabeza.
“Crimen que involucra la acción de matar a alguien”
– Asesinato. El crucigrama voló por mis ojos por segunda vez en aquella tarde, siempre tan apro- piado.

El caso de Jimena  Iriarte estaba volviendo  loco a todo Hurlingham, yo era la fiscal encargada de reunir las pruebas, mientras que mi compañera Natalie   Robledo,  una  abogada muy  calificada para  el caso, era  la responsable de defender al acusado en cuestión, un tal Domínguez,  que era casualmente el jardinero de turno que estaba en
el momento y lugar erróneo. Yo estaba absolutamente convencida de su inocencia, y tras mu- chos meses  de investigación y duro trabajo fue liberado.  Gracias  a mis esfuerzos y demostra- ciones, había conseguido la evidencia necesaria para condenar a la verdadera culpable a cadena perpetua.

“Organización secreta de criminales originaria de Sicilia, que se caracteriza por emplear la violencia, la intimidación y el chantaje” – Mafia. Maldito crucigrama.
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Había sido muy extraño que una madre hubiera sacrificado a su pequeña de tan solo diez años por no devolver una suma importante de dinero chantajeado a una verdadera mafia de narco- traficantes , se ven muy pocos casos como éstos. Por eso todo el mundo dudaba de la veracidad de mi teoría , que al fin y al cabo resultó ser la correcta. Todo se transforma.

“Nombre común de diversas aves paseriformes, con el dorso de color pardo y el pecho claro con pequeñas motas. Son aves migratorias que invernan en la península Ibérica” - Zorzal
Un zorzal me había sacado  repentinamente de mis cavilaciones y por primera vez, contemplé el paisaje detenidamente. Me sorprendió su re- pentina transformación, la última vez que había ido era verano y los prados brillaban refulgentes de verde.  Ahora en cambio, los caminos  teñidos en tonalidades doradas y marrones crujían con el pasar  de los pocos  transeúntes que circulaban gracias a la sentencia final del otoño, los árboles teñidos de rojo sangre, que contrastaban con el gris apagado del cielo me infundieron una fuerte sensación de  melancolía y mi cuerpo se  llenó de vacío, ya no era la renovada niña que jugaba en un colchón de hojas secas en otoño . Todo se transforma, pensé.

Me llamó la atención su forma de caminar, él convertía la incomodidad en elegancia con aquella postura ligeramente rígida, su rostro pálido y fantasmal se fundía  en unos  ojos intensamente azules. Pasó  por mi lado como un suspiro  y en un momento pensé  que formaba parte del paisaje  al reparar en su vestimenta: vaqueros negros y un lustroso tapado de paño marrón.

Me levanté impulsada por una corriente eléctrica que me recorrió la sangre ¿De dónde  lo reconocía? Casi me daba  rabia  no poder recordarlo. Decidí rápidamente seguirlo.
“Transformación sobrenatural, símbolo de trascendencia histórica, creencia de diversos pueblos”- ¡No podía pensar si aquel  maldito crucigrama me asaltaba la vista cada dos de tres!

Caminé rápidamente tras de él para  seguirle  el rastro, pero  me inspiraba cierta desconfianza, cierto  rechazo que me decía que no lo persiguiera, y por sobre todas las cosas un pavor inexplicablemente intenso. En un instante vi lo que llevaba abajo del brazo: el diario de aquel día, el mismo que apenas había hojeado yo unas pocas horas  atrás.  Leí un par de frases de la primera página, ya que su gruesa mano me tapaba casi todo el encabezado.
“Virtud que inclina a dar a cada uno lo que le pertenece o lo que le corresponde.” Justicia. Nuevamente el crucigrama.
-“Un poco de justicia”- Decía entre sus gruesos dedos que cruzaban el papel mortecino- “caso Jimena Iriarte”- sonreí apenas, suponiendo que se exponía la resolución del caso y contenta por el momento con mi pequeño triunfo.
El traqueteo insoportable de nuestros tacos  resonaba en el pavimento de la calle que estábamos cruzando, me resultaba insufrible aquella monótona y aburrida conversación. Me maravillé  en su concentración, miraba  fijamente hacia adelante, sin ver nada en concreto, simplemente andaba.

“Vehículo movido por un motor de explosión o combustión interna, destinado al transporte terrestre sin carriles”
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Un convertible tres  letras de lujo me pasó  zumbando por  la espalda,  pegué  un respingo al reparar en su proximidad ¡podría haberme matado!

EHHH!- Le grité, pero tampoco hubo respuestas. Miré a mi alrededor, nadie se había vuelto para contemplar el espectáculo, incluido mi anfitrión de adelante. Pues mejor, pensé, no queria hacer el ridículo frente a nadie.
“Transformación sobrenatural, símbolo de trascendencia histórica, creencia de diversos pueblos”.
A pesar  de las tantas cosas  importantes que tenía  en la mente en ese  momento, aquella definición  insistía  calurosamente en mis sienes,  buscando disuadirme de su importancia. Sacudí la cabeza para concentrarme en el presente, en lo que tenía delante. Lo miré, mi vista estaba bloqueada por la impaciencia, por la desesperación de entender de qué se trataba todo  esto, una buena cantidad de adrenalina recorrió mis venas, estiré el brazo, tenía  que ver nuevamente aquel rostro tan familiar que me abrumaba tanto.

Lo comprendí todo  antes de que mi mano atravesara su cuerpo, antes de que  se volviera  incorpórea e intangible,  antes que  se tornara en un tono tan pálido que parecía trasparente e incorpórea. Ahora  sabía  cómo  había  llegado  hasta la plaza,  sabía  también como había  muerto y quién  era  mi asesino,  miré por última  vez su espalda,  ya casi estaba al otro  lado de las vías, y yo me había quedado a medio camino, pasmada ante  la conmoción de lo que se siente saberse muerta. Se dio vuelta un segundo antes de que el ferrocarril golpeara mi intangible cuerpo , sus ojos me atravesa- ron, literalmente , y yo pude leer en ellos su furia asesina , su sed de sangre que había satisfecho con mi propia  carne:  el hermano mayor  de Jimena  Iriarte,  nunca  había pensado que defendería a su madre  antes que a su hermana, la primera vez que lo había interrogado parecía tan afectado, tan conmocionado y sensible que jamás se me había pasado por la cabeza que él significara un peligro, pero, estaba entendiendo las cosas por segunda vez , ya había he- cho todo este proceso en el instante en que me clavó aquel cuchillo. Miré el encabezado completo ahora  en la parte posterior de un cartel de propaganda:

-Un poco de justicia, fiscal asesinada por resolver el caso Jimena Iriarte.
-Sonreí por la ironía de aquel maldito crucigrama:
“Transformación sobrenatural, símbolo de trascendencia histórica, creencia de diversos pueblos”: Resurrección.
Todo, absolutamente todo se transforma, incluso la vida misma en otra.



Carla Corbella Instituto San José de Calasanz
Nació en Capital  Federal el 21 de octubre de 1994.  Estudió  en el Instituto San José  de Calasanz de Hurlingham. A los diez años se mudó a General Rodríguez,  en donde  comenzó su interés en la literatura con los libros de Harry Potter de J. K. Rowling, para luego extenderse en numerosas obras literarias como las de Dan Brown o las de Jane  Austen.  Luego de cuatro años volvió a su antiguo hogar  en Hurlingham y al Instituto San José de Calasanz.  Su libro favorito es “Orgullo y Prejuicio”
de Jane Austen.
                  
 
 
 
     

12 dic 2012

ENCUENTRO CON UN CARADEFORME

 

Por Hernán Casciari

Fueron chicos y ahora son grandes. No se veían desde la infancia y cruzarse de casualidad en una calle despertó la indignación de uno de ellos. Cómo los rostros de infancia se convierten en una mueca horrible al reaparecer unos años después.

No es bueno escribir enojado. Lo mejor es ducharse con agua tibia o pegarle patadas a un almohadón; sólo entonces, escribir. El problema es que acabo de hacer todo eso y sigo enojado. ¡Mierda! Ahora son las cuatro de la mañana del lunes. Hace unas horas, cuando todavía era domingo, tuve la mala suerte de encontrarme, en plena Barcelona, con un caradeforme. No es la primera vez que veo uno, pero sí la primera que no logro esconderme a tiempo. ¡Mierda, mierda! Estoy caliente como una pipa.

Debería existir una ley que impida a las personas reencontrarse después de excesivos años. Yo ahora tengo treinta y seis: hay mucha gente que dejé de ver a los doce, cuando terminé el primario; y a otros tantos los perdí de vista a los diecisiete, cuando acabé el colegio. Los rostros de todos permanecen en mi memoria como eran: impúberes y castos. Entonces pasa el tiempo y ocurre la desgracia de que, un domingo cualquiera, vas tranquilo por la calle y te encontrás con un niño de hace veinte años.

Ya es hora de decirlo claro. ¡Las caras adultas de las personas que dejamos de ver en la infancia no crecen con normalidad, por el amor de dios! Son rostros que se agigantaron de un modo perverso, que se deformaron, que se expandieron hasta el infinito. Todos los compañeros de la infancia que vemos de sopetón en la madurez, ¡todos!, se parecen al hombre elefante. Son monstruos peligrosos que regresan malheridos desde el patio del recreo; son señores con botulismo.

Los caradeforme me asustan muchísimo, pero no es el problema facial lo que me indigna. No señor. La cara no es lo peor de un caradeforme. Lo peor es cuando te reconocen y se acercan, cuando se empecinan en palmearte la espalda. ¡Mierda! Lo peor es cuando mendigan conversación. ¿De qué puedo hablar con esta gente? ¿Qué debo decir después de tantos años, cómo esperan ellos que actúe?

Prefiero lo paulatino y reconocible, la seguridad que da el amigo viejo, la tenacidad de su rutina. Quiero la amistad silenciosa del que va creciendo a mi lado, no el abrazo de un tipo que ya creció del todo y sin mí. Ver a un niño convertido en un hombre es aterrador, es miserable y debiera ser ilegal. ¿Por qué razón una persona decente puede querer ver a otra después de muchos años? ¿Qué los une?

Es verdad, es verdad... Que fuimos camaradas en un tiempo lejano y la mar en coche. Que nos sentamos doce años consecutivos bajo el mismo techo por las mañanas, que compartimos el patio, los sánguches y los maestros, que aprendimos juntos a leer y escribir, sí; todo es cierto. ¿Pero qué tienen que ver aquellos niños con este abrazo automático?

Si nuestras almas hubieran sido compatibles, caradeforme, después del tiempo escolar habríamos mantenido el contacto. ¿A qué viene ahora tu felicidad espontánea? ¿Por qué abrís grandes los brazos? ¿Quién te dio permiso para decirme gordo querido? ¿No te das cuenta que tu cara infantil, la que yo tenía archivada, es ahora flexible como un pedazo de plástico derretido y me aterra?

Los caradeformes sensatos (me he topado con varios) fingen que no te han visto y siguen su camino. Ésas son personas amables, ex amigos fieles que no quieren para sí —ni para nadie— la humillación de un encuentro no deseado. ¡Brindo por ellos! Los caradeformes que huyen son seres nobles, educados y sabios, que después comentan con la esposa:

—Esta tarde me lo crucé al Gordo Casciari, un amigo de la escuela.
—¿Y qué tal?
—Nos hicimos los boludos.

¡Sí señor: ahí está la gente que vale la pena, ésos son los hombres que están salvando a la humanidad! Y lo digo en serio, sin exageración. No existe idiota más grande, en estos tiempos de demandas y de pleitos, que el que no sabe hacerse el idiota y seguir caminando. Hay demasiada gente en el mundo que no puede callarse, que no practica el sano ejercicio de confundirse en la multitud y dejar al prójimo en paz.

Sin ir más lejos, el caradeforme de anoche:

—¡Gordo viejo y peludo! —me dijo a los gritos— ¿Qué es de tu vida?

Ahora me da risa; estoy caliente pero me río. Me causa gracia la ingenuidad de preguntar sobre la vida de la gente. ¿Qué biografía puede improvisar alguien en dos minutos, sin estímulo ni placer? ¿Qué esperan que se les narre, qué están dispuestos a saber?

—Mirá, desde los 17 años, que dejamos de vernos, empecé a drogarme. Después hay un fragmento difuso y un día aparecí en España con mujer y una hija.

No. Imposible decir esto: airear la verdad en su mínima expresión me da vergüenza. Entonces hay que optar por la frase hecha, que es una hipocresía portátil muy fácil de usar:

—Bien, acá andamos: tirando. A vos se te ve bárbaro.
Esta opción es suicida, porque perdés el turno y el caradeforme toma la palabra y te cuenta cosas que preferirías no saber ni haber escuchado nunca. El caradeforme de anoche, después de contarme su vida, me hizo una lista de todos los caradeformes a los que sigue frecuentando:

—Carlitos Sastre se casó y tiene gemelos... Trabaja en el Corralón Municipal. Y Berta, ¿te acordás de Berta?, ahora es locutora de FM Mercedes. No se casó, pero tiene una nenita preciosa. Y al pobre Marullo le tuvieron que cortar una gamba, ¿sabías?

Hasta ese minuto Carlos Sastre, Berta Aulicino y Juan José Marullo eran —en mi recuerdo— tres rostros infantiles hermosos. Ahora los busco en mi memoria y uno conduce una camioneta, la otra dice marcas de productos por micrófono, y el tercero llora porque le falta una pierna y le duele. ¿Era necesaria esa información? ¿Qué hago yo ahora con esa yapa de espanto?

El caradeforme del que hablo, el que me abrazó y me contó su vida y otras vidas, el único culpable de estas líneas mal redactadas, se llama Agustín Eduardo Felli. Quiero escribir su nombre completo ya mismo, antes de que se me pase el incordio, porque sereno jamás lo haría.

Agustín Eduardo Felli, alias “el Corcho”, mercedino de 36 años. Antes de verlo anoche yo recordaba algunas cosas sobre él. Su segundo nombre, por ejemplo (siempre recordamos el segundo nombre de las personas del colegio). También sabía el día de su nacimiento, en cuál evento se partió un diente, y en qué posición jugaba al fútbol en nuestro equipo. Estos datos, a través de los años, fueron suficientes para mí.

¡Rápido, rápido! Debo escribir esto antes de que se me pase el enojo. Agustín Eduardo Felli, sos un reverendo hijo de puta. Dejáme decirte ahora dos cosas que anoche no me animé. Primero: andáte a la renegrida concha de tu hermana. Segundo: no tenías derecho a mostrarme tu calvicie prematura, ni a decir en voz alta que engañás a tu mujer y con quién, ni a explicar lo dolorosa y lenta que fue la muerte de tu padre. ¡Mierda, mierda! Me gustaría volver atrás el tiempo y no tener esta información. Me hubiera gustado decirte:

—Mirá, Corcho, preferiría que te callaras la boca, que no me dijeras nada. Sigamos caminando cada cual por su lado y olvidémonos de esto. Va a ser mejor para los dos.

Y después salir corriendo.

Pero no le dije nada y ahora es tarde. Siempre acabo mordiéndome la lengua y escondiendo mi temperamento: en esta época, la gente se ofende fácil y sospecha que todo es personal. Yo no odio a Agustín Eduardo Felli, pero tampoco lo amo, ni lo quiero, ni lo estimo. Ni siquiera lo aprecio, que es el escalón más bajo del careteo. Los caradeformes parecen necesitados de afecto o de atención. Quieren hablar, quieren recuperar con trampa el tiempo perdido.

Ayer, Agustín Eduardo Felli estaba desesperado: detrás de su sonrisa había una horrible soledad de hijo único, una frustración existencial marca cañón. Tuvo que hacer malabarismos en su monólogo para poder decir, @como al pasar@, la marca alemana de su coche. Al hombre mediocre le gusta abrazar, y palmear, y decir gordito querido, y tener siempre la boca muy abierta; sobre todo cuando cree que ha triunfado.

Pero eso tampoco es lo peor. No fue sólo su frivolidad, ni su botulismo, lo que me tuvo echando fuego por la boca. (Parece mentira: voy acabando la diatriba y ya comienzo a serenarme.) Lo peor de toparnos con un caradeforme es que nos obliga a ver, en el reflejo de sus ojos, nuestra propia y acelerada deformidad. Por primera vez.

Yo también era un niño en tu memoria, Agustín. Yo también tenía la vida por delante y buscaba tu sonrisa, de una punta a la otra del salón de música. Yo recuerdo tu teléfono cuando tenía cuatro cifras, y la voz de tu papá, que estaba vivo y no agonizaba con dolor, del otro lado de la línea. ¿Por qué no haber dejado las cosas así, compañero? Ahora, que se me ha pasado la rabia del todo, lamento en lo más profundo de mi corazón que, desde anoche y para siempre, nos hayamos convertido en dos hombres repugnantes.


Hernán Casciari es escritor y periodista. Ganó el Premio de Novela en la Bienal de Arte de Buenos Aires (1991), y el Juan Rulfo de relatos (París, 1998). Desde el año 2000 está radicado en Barcelona, desde donde ha escrito cuatro blogonovelas, pioneras en la literatura por Internet. Publicó las novelas Más respeto que soy tu madre, Diario de una mujer gorda y los libros de relatos, España, perdiste y España, decí alpiste (Ed. Sudamericana, 2008). Actualmente trabaja en un libro de relatos que publicará Random House Mondadori en julio de 2009.

"UN MAR QUIETO"


Fernando Linetzky (1er Premio en el Concurso de Cuento ITAÚ 2012)

Mucho odio en la tele. La patada voladora de Cantona cuando jugaba en el Manchester repetida una y otra vez. Odio. Un hombre con barba y piernas de maceta, comportándose como niño furioso, creyéndose hombre. Me sobrepasa. Como las bolsas llenas de basura atrás de la puerta de la cocina. Tres bolsas. Es sábado y empieza a anochecer y a mí me da no sé qué esta casa tan sola. Hoy se cumplen dos meses desde que ella se fue.
–Quedate con toda esta mierda –dijo. Ni siquiera lo gritó. Se llevó a mi hijo con ella.
Antes se encargó de aclararme que por fin había encontrado un hombre.
Un tipo sensible que la escucha, al que le importa si ella sufre, si está mal. Superman.
Yo le dije algo sin importancia. Ni siquiera sé si lo dije, lo pensé o lo susurré. ¿Qué iba a decir?
Ella dijo que me iba a avisar cuándo podría ver al nene. Por unos meses iba a ser imposible porque se iban a una gira de artesanos por la costa. Fue fácil imaginarlos en un micro viejo yendo de pueblo en pueblo con sus chucherías para vender. Mi nene en brazos del otro hombre, del hombre de verdad, mirándolo hacer pulseritas y collares. Feliz. Lejos de mí.
Está oscureciendo y no tengo nada que hacer salvo sacar la basura que vengo acumulando desde que ella se fue. Estuve pensando y no pude recordar la última vez que le dije que la amaba. Igual ya no tiene importancia.
Cuando se fue abrí la puerta apurado y corrí hasta la esquina. Miré para
todos lados, pero ya no estaba. Busqué cigarrillos en el bolsillo y encon- tré el chupete viejo, mordido, con el que mi hijo se dormía cada noche. Lo apreté fuerte.
Una vez mi papá me dijo que yo arruinaba todo lo que hacía. No me lo dijo con maldad, me lo dijo más como advertencia. Que era una heren- cia familiar, que así éramos los hombres de la familia, no había nada que hacer. Yo tenía doce años.
En lo primero que pensé cuando mi hijo nació fue en eso: yo nunca se lo iba decir. Ni a los doce ni a los veinte.
Está llegando la medianoche, apago la televisión  y voy al baño. Me aga- rro de la pileta y me miro fijamente a los ojos en un botiquín de tres compartimentos. Los años hacen que las banditas y las aspirinas se va- yan cambiando por vendas y tranquilizantes. Giro los dos espejos de los costados hacia adentro. Miro mi perfil derecho, el izquierdo, me miro
de frente. Tendría que salir. Darme una ducha, afeitarme, vestirme
6                  bien, perfumarme y salir a caminar. Entrar en algún cine. En algún bar
ver si hay alguna mina sola. Contarle cómo extraño al nene. Cómo ex- traño a mi mujer.
Ya no hay nada que hacer acá.
Ya no siento el olor de las bolsas: pero hablan entre ellas. Y las escucho. Hasta que no las saque no voy a poder salir a ningún lado. Ella y el nene podrían volver de un momento a otro y entrar en la casa. Lo primero que sentirían sería este olor a podrido que ya no distingo, este zumbido insoportable que hacen las moscas encima de las bolsas. Ella diría:
¿Qué hizo? ¿En qué se convirtió este hijo de puta?. Peor, se preguntaría qué hago yo acá, para qué volví.  Y su arrepentimiento  me lastimaría más que la decisión de haberse ido.
Hasta que no haya sacado la última bolsa no voy a poner un pie fuera de esta casa. Lo que debería hacer es levantarme de este sillón. Dar un sal- to, correr a la cocina, agarrar las bolsas y salir de acá.
Agarrar las tres bolsas más la que está en el tacho, dos
en cada mano y a la calle.
Quizás si saco las bolsas de basura todo se arregle. Agarro la bolsa que todavía está en el tacho y la ato con un nudo. La suelto encima de las otras tres. Miro la montaña. La miro con una especie de cariño. Me estoy moviendo. Estoy vivo. Abro el tercer cajón del mueble de la mesada y saco una bolsa nueva. La pongo en el tacho.
Agarro dos bolsas con cada mano. Pesan más de lo que creí. Las arrastro un poco. Empiezo a transpirar. Me gustaría secarme la transpiración. Pero si apoyo las bolsas en el piso quizás ya no pueda sacarlas. Pre- fiero hacer todo de un tirón.
Camino por el pasillo de la cocina al living. Los brazos me tiemblan pero falta poco. Cuando me doy cuenta
ya es tarde: una de las bolsas se abrió por abajo. Me doy vuelta y veo un camino de mugre. Como si fuese esos caminitos de jardín, flores y piedras rosadas a los costados, pero en este caso es basura: cáscaras de naranja, latas de atún, colillas de cigarrillos. Me quedo transpirado, descalzo, mirando el camino. Suelto las bolsas que hacen un ruido seco al caer al piso. Agarro una y la rompo al medio. La llevo al living, la levanto lo más alto que puedo y dejo que la basura vaya cayendo y se desparrame por todos lados. Busco otra bolsa y hago lo mismo. Paso a paso: bolsa, basura, piso.
A una la pateo cuando va cayendo. A otra la agarro del extremo y empiezo a girar a toda velocidad y la basura vuela por todas partes. Contra el vidrio del balcón, contra las paredes.
Cuatro bolsas. Así hasta que no queda ni una sola. Me siento bien: agotado y satisfecho. En el piso casi no hay lugar sin basura. Parece un mar quieto. Ca- mino descalzo por encima. Las moscas son gaviotas. Me tiro en el sillón. Quisiera dormir, pero no voy a poder. Entonces saco del bolsillo del pantalón el chupete y me lo pongo en la boca.


 

ALGO SOBRE AQUELLA NOCHE


Si esta vez las cosas cambian porque si, entonces que suceda lo que tenga que suceder y venga! Ya es casi fin de año y así mejor a pensar de nuevo el plan. Digo, es como de costumbre con este tipo de asuntos, cuando quieres y de repente no puedes y te quedas con las ganas. Pero que no sea este el caso, ya mismo se debe poner manos a la obra. De hecho, cuando hablaba esa noche con la amigas de Palermo, me pareció que todas coincidíamos en la misma apreciación. Resulta que daban las diez de la noche, cuando un auto negro aparentemente bastante nuevo, estacionó en la puerta de enfrente de casa. Era la casa de la abuela de Nico, y como él aquel día se hallaba de viaje por Cartagena de Indias, opté por invitar a las chicas a hacerme compañía por esa noche. Entonces, cuando daban las diez como decía, y ya que todas habíamos estado esperando la llegada de ese carro, aunque claro, sin saber su conductor que así era, corrimos las cortinas y he ahí que el vehículo había posado sus ruedas en la acera paralela. Esperamos unos segundos que la puerta del conductor se abriera, pero aquello no sucedía. Seguimos observando y nada. Cerré la cortina y suponiendo que desde dentro del auto con vidrios polarizados, el chofer quizá se habría percatado de que cuatro tipas lo observaban, propuse que era mejor cambiar el plan...

 


 

9 sept 2012

He caído en cuenta, que he perdido tiempo, sí, voy a tener que reestructurar el planning, claro, pero al menos tengo la sensación de que a partir de ahora tengo las herramientas adecuadas y sólo necesito trabajar con ellas, lo demás tendría que venir rodado.
Y es así, ante cada obstáculo, bajón o desquiciamiento opositoril, lo mejor es analizar cuanto antes la situación, ver qué nos puede devolver la tranquilidad necesaria para seguir avanzando y, si es necesario, invertir nuestro tiempo en adecuar de  nuevo nuestras herramientas y ambiente de desenvolvimiento. Al principio nos parecerá una pérdida de tiempo, pero mejor perder dos semanas seguidas y luego avanzar sin detenerse.

Nada de lloros, de ¡no puede ser! o de ¡quién me mandaría meterme en esto!, lo hecho, hecho está, sólo queda analizar la situación y tratar de inclinar de nuevo la balanza a nuestro favor para recuperar cuanto antes la serenidad que conduce al logro de resultados positivos y al dominio del estado emocional, lo demás escapa de nuestra voluntad, así que no merece la pena desquiciarse por ello.
De momento, en poco más de 15 horas se habrá decidido algo importante para mí, así que me voy despidiendo. Hasta dentro de poco!.

Buen día!
Ante todo, sí, lo siento, con mi propósito de actualizar semanalmente y he tenido esto bastante abandonado, pero es que he pasado una racha mala opositorialmente hablando y luego cuando parecía que todo iba a mejor, he tenido asuntos domésticos que, quieras o no, te quitan tiempo para lo que es importante. 
Lo bueno es que, siguiendo los consejos de quien siempre estuvo aquí "adapt, improvise, and overcome" he conseguido aprovechar el parón para avanzar. ¿Un poco contradictorio, no? Pues resulta, que me entraron todos los males al ver que no conseguía un trámite personal y sumado ello al sueño recientemente roto, sin olvidar que pasé por alto inconscientemente la reunión de auxiliaturas (hasta ahora que acabo de recordarlo) en fin… 
En principio me dio un soponcio, viendo que mi súper-planning se iba por un tubo, que no sólo no conseguía agarrar de la oreja a Ríos, sino que no podía ni con lo último en lo que había decidió involucrarme, y ya se sabe que la mente es traicionera y de repente te bloqueas y haces la mitad de lo que realmente querías hacer. 
Así que decidí plantarme, dejarme de post-its y de códigos con doble redacción y me fui instintivamente a escuchar un poco de música sinfónica, que para esta altura del tiempo, mucha falta me hacía. Después pasé por la librera y compré un par de libros nuevos, hacía tiempo que el derecho administrativo había ocupado sitial exclusivo en el escritorio, pero ahora volveré a lo mío, escarbar en la profundidad de la escritura, de la buena literatura.
Ahora, intento rehacerme a mano, como en los viejos tiempos, con todos los temas modificados (ya que teniendo al político cerca la inspiración se me iba) y ha sido un modo de salir poco a poco del bache sin volverme loca comprobando mil post-its, códigos y apuntes, prepararme para la recta final, cerciorándome que no dejo nada pendiente y que ahora estoy tranquila, tranquila para seguir adelante.
HOTEL WATERGATE…
Buenos días a todos!!
Sí ya era hora de no solo desear tener un buen día, sino también de experimentarlo en carne propia. Y es que los cuarenta y siete días de bloqueos, marchas, contramarchas, y protestas (sin contar las papas rellenas de clavos…) que acabamos de presenciar (lo que no significa que hayan concluido del todo o que no sucedan nuevamente en un futuro cercano), me han tenido un tanto entretenida con mi redacción propia, pero bueno… ya que estamos aquí, toca pues decir que revisando como de costumbre algunos datos que a veces casuales aparecen en este enredo de textos, libretas, códigos, y demás productos de árbol, asomó el relato del conocido caso Watergate, un escándalo político en los Estados Unidos ocurrido en 1972 durante el mandato de Richard Nixon, y que culminó con la imputación de algunos consejeros muy cercanos al presidente, y con su propia dimisión el 8 de agosto de 1974.
Resulta interesante analizar que las grabaciones de las conversaciones que tuvieron lugar en la oficina del presidente desde principios de 1971, se convirtieron en una de las claves principales del escándalo. Las cintas mas tarde escuchadas por la comisión y el juez Sirica resultaron comprometedoras pues mostraron que Richard Nixon estaba, al menos, enterado de los espionajes telefónicos contra el Partido Demócrata e insistía en pagar sobornos a los acusados de irrumpir en el Hotel Watergate para así evitar chantajes hacia sus consejeros o asesores.
Sin embargo, cuando el caso parecía entrar en el olvido, Bob Woodward y Carl Bernstein, dos periodistas del diario The Washington Post, uno de los más influyentes de ese país, revelaron detalles del asunto y acusaron al presidente de tratar de congelar las investigaciones. 
Los periodistas fueron orientados en su investigación por un misterioso personaje al que bautizaron como «garganta profunda». Después de múltiples peripecias judiciales la implicación de la administración de Nixon se fue haciendo cada vez más evidente. El 30 de abril de 1973, Nixon aceptó parcialmente la responsabilidad del gobierno y destituyó a varios funcionarios implicados.
La existencia de cintas magnetofónicas incriminatorias del presidente y su negativa a ponerlas a disposición de la justicia llevaron a un duro enfrentamiento entre el ejecutivo y el judicial. La opinión pública forzó finalmente a la entrega de esas cintas, pero una fue alterada y dos desaparecieron.
Crecientes evidencias sobre la culpabilidad de Nixon y de altos funcionarios llevaron a que se iniciaran los procedimientos del «impeachement», juicio al presidente. Las investigaciones llevadas a cabo por el FBI y después por el Comité de Watergate en el Senado, el House Judiciary Committee y la prensa revelaron que este robo fue sólo una de las múltiples actividades ilegales autorizadas y ejecutadas por el equipo de Nixon. También revelaron el enorme alcance de los delitos y abusos cometidos para apoyar la reelección de Richard Nixon, que incluían fraude en la campaña, espionaje político y sabotaje, intrusiones ilegales en oficinas, auditorías de impuestos falsas, escuchas ilegales a gran escala, y además la formación de un fondo secreto en bancos de México para pagar a quienes realizaban estas operaciones ilícitas. Este fondo también se usó para comprar el silencio de los cinco hombres que fueron imputados por el robo del 17 de junio de 1972 en el Edificio Watergate.
En agosto de 1974 Nixon tuvo que entregar transcripciones de tres cintas magnetofónicas que claramente le implicaban en el encubrimiento del escándalo. Ante la evidencia de espionaje, se formó una comisión investigadora y casi todos los colaboradores de Nixon renunciaron a sus cargos, envueltos en una red de sospechas. A partir de entonces, y durante dos años, fueron surgiendo cada vez más elementos que comprometían la actuación de Nixon. Aunque al principio se defendió negando tener conocimiento del hecho, finalmente admitió las acusaciones. La evidencia hizo que Nixon perdiera sus últimos apoyos en el Congreso. El 24 de julio de 1974 la Corte Suprema acusó al presidente de obstruir las investigaciones judiciales, de abuso de poder y de ultraje al Congreso, y de haber utilizado a la CIA y el FBI con fines políticos. Nixon renunció el 8 de agosto a su cargo de presidente al verificar que había perdido la base política necesaria para gobernar.
Gran historia! Me dije luego de leerla y casi automáticamente, vino a mi mente una reciente noticia local: la acusación del ministro de gobierno contra una diputada de oposición, en sentido de que a ése ministerio habría llegado de manera anónima una grabación en la que la legisladora supuestamente ofrecía dinero con fines políticos a dirigentes de la IX marcha en defensa del TIPNIS. A partir de ello, el argumento oficialista amplió sus horizontes hasta incluso hoy pedir la dimisión de la diputada y por consiguiente la entrega de su sillón camaral. Ahora bien, al ser consultado sobre el origen y procedencia de tal grabación, el ministro se limitó a enfatizar que no era el gobierno el que había ingresado escuchas telefónicas, ni ningún otro tipo de grabación secreta con objeto de violar la privacidad de la legisladora, sino que “alguien” bien intencionado y de muy buena voluntad había querido solamente colaborar, para frenar este tipo de conductas.
Retorné al escándalo Nixon y creí encontrar similitudes, no solo respecto a la denuncia de espionaje político, sino también en cuanto a la negativa del gobierno para reconocerse autor de este tipo de actividad ilegal, además de abuso de poder, utilización de la fiscalía y la policía con fines políticos para obstaculizar las investigaciones, sobornos, etc. Mas sin embargo, al final demostrarse su responsabilidad por éste y muchos otros delitos cometidos bajo el paraguas que amparaba su gestión y con ello lograr su abdicación.
Nuestra realidad actual no está del todo lejos de éste tipo de aquelarres políticos. Con frecuencia lamentamos la comisión de delitos por parte de quienes nos gobiernan, nombrarlos ahora sería tema de otro análisis, pero no cabe duda de la necesidad urgente que tenemos los bolivianos de nuevos referentes éticos en las prácticas del servicio público; de lo imperioso que es ahora para el gobierno en su cuenta de resultados generar y materializar un accionar comprometido con la sociedad. Bien escribió en su momento Gonzalo Lema: “los políticos saben que la actitud es siempre la última palabra del discurso” y con ello concuerdo.

9 may 2012

LA MARCHA DE LA BRONCA…
Anoche me hice medio litro de bilis gratis. Siguiendo como de costumbre un programa nocturno por Cadena A, terminé con el hígado casi en la mano, de tanto coraje que me produjo oír al dirigente de la CUTUP Gonzalo Millares.
Resulta que los paceños hemos amanecido el lunes pasado con las calles expeditas y silenciosas, por causa del paro de 48 horas llevado a delante por el transporte público. Ninguna novedad últimamente, ya que los últimos meses hemos estado envueltos - queriendo o no -, en todo tipo de protestas y reclamos (llámese paros, huelgas, emparedamientos, crucifixiones, costura de labios, alfombras humanas, marchas, contramarchas, y un sinfín de etcéteras) de sectores de salud, educación, campesinos, indígenas, y ahora transportistas.
Y bueno, por qué escribo ahora esto? Generalmente mis broncas en temas políticos, se revuelcan entre cuatro paredes, es decir, no tengo mucha costumbre de publicar mis opiniones en este rubro…por cuestiones obvias (creo). Pero bueno, ya que esta es una ocasión particular, diré que me inspiré en la mente tapada del mencionado dirigente transportista, quien anoche - y después de una clarísima pero clarísima explicación del Alcalde paceño -, no QUIZO comprender, los objetivos, parámetros y finalidades de la Ley Municipal de Transporte y Tránsito Urbano (promulgada el 18 de abril de 2012). Más al contrario, se empecinó en repetir que: “no estamos de acuerdo con la doble sanción…”, cuando la autoridad edil claramente explicó este tema (que al parecer es el único reclamo coherente del sector de transporte), señalando que en la mencionada ley se hace una distinción en cuanto a las infracciones vinculadas al SERVICIO de transporte urbano, cuya determinación estará a cargo del GAMLP, y las infracciones determinadas por TRÁNSITO (véase los Capítulos II y II), no existiendo sobreposición ni duplicidad de sanciones por una misma infracción.
Así de simple: el GAMLP actuará en cuanto al SERVICIO que prestan los choferes, esto es: tarifas, calidad y rutas. Repito, así de simple. No entiendo por qué se complican tanto los dirigentes y sus choferes afiliados que no tienen la menor idea del por qué ayer salieron a bloquear (según sondeos muchos choferes dijeron que se oponían a una ley, pero que no sabían bien qué ley era esa porque no la habían leído; otros manifestaron que se oponían a un nuevo impuesto municipal; los demás fueron como reses al matadero).
Otra cosa que me molestó y no solo del referido Millares sino también del propio presentador del programa, fue que ninguno de los dos comprendió lo que el Alcalde explicó en cuanto a que la ley municipal fue trabajada sobre la base de lo dispuesto por la Ley General del Transporte (promulgada por el ejecutivo nacional con presencia y apoyo de la dirigencia de los transportistas entonces liderada por Franklin Durán), la cual confiere específicas facultadas a los gobierno municipales en cuanto al tema que nos ocupa, al mismo tiempo que reestructura por así decir, lo dispuesto en el antiguo Código de Tránsito, con lo cual ésta última norma en su mayoría queda abrogada en todo cuanto sea contraria a la ley nacional.
Pero no. Los choferes insisten con el código de tránsito! Que terquedad!
Bueno, nuevamente estoy haciendo bilis, mejor hacer un alto. Para concluir solo diré dos cosas: la primera: compañeros dirigentes contraten urgentemente un abogado (uno que sepa) que les explique y asesore en cuanto al asunto, porque ya vi que ni una explicación acorde para niños de cinco años, son capaces de comprender. La segunda: compañeros choferes, todos ustedes por favor LEAN la ley y entérense de su contenido y alcance. Si no la comprenden, súmense a sus dirigentes y capacítense.
Para el punto final, nuevamente os dejo con unas notas acordes al clima actual…y por supuesto con la versión digital del la Ley Municipal Autonómica No. 015 (en http://fabianyaksic.blogspot.com/2012/05/ley-municipal-de-transporte-y-transito.html)

PD: Ahora mismo estoy escuchando al ministro de gobierno, ofrecer al alcalde y los choferes las instalaciones de su ministerio para propiciar una reunión de consenso, porque dizque él tiene la mejor buena voluntad para generar un espacio de dialogo y concertación……basura!! Por qué primero no ofreció el resguardo policial requerido? Mejor que se tome su propia sugerencia y se siente a conversar con los médicos, trabajadores, universitarios, fabriles, maestros, victimas de la dictadura y muchos otros, con quienes sí tiene una verdadera necesidad de diálogo.

2 may 2012

Saludos cordiales, estoy de regreso y ahora mismo tengo puesta una canción,  (sí, esa canción) y aunque no voy a alcanzar a postear antes de que termine, quizás la vuelva a poner unas dos veces más.
Hoy me acordé de pronunciarme sobre esto… y sobre otras cosas porque hace rato que no publico. Y se va la lluvia esta tarde mientras me pongo al día, y en realidad ya se fue, aunque el frío en esta ciudad siempre se queda. No lo digo como simbolismo de nada, no se confunda. No. Lo digo porque es lo que pasó, y por la cortina se puede ver y esto poco me gusta. La canción dice Leva me aos Fados, y hace un rato me estaba acordando del mes pasado, y la canción me da un poco de nostalgia, no por algo en especial, sino porque la pongo como landmark de posibilidades, o, por así decirlo, porque en la cosa de tener posibilidades a venir, también hay posibilidades de redefinir los recuerdos como x o y o z o… whatever. Sí, obvio, sí sé que no es nada importante, ni nuevo ni nada. Si no es un asunto de ánimo (siempre pienso que lo que sea que escriba va a sonar como algo que tiene que ver con mi ánimo o lo que estoy viviendo en ese momento, pero no), sino de ponerme al día con esas cosas y lo que sea.
Entonces diré que me complace estar rodeada últimamente de personas a las que considero interesantes, hemos descubierto juntas algunas realidades, que dadas las circunstancias actuales, me resultan más fructíferas a mí, ahora que me hallo en este escamoteo sin descanso de cuanta información específica pueda lograr, y que me ha obligado a buscar el estuche blanco de los lentes de descanso, para luego poner dedos en el teclado.
El tiempo se me pasa volando, el estudio de ahora quiere resultar a ratos algo mecánico y lo que recuerdo cuando acaba la semana son los momentos de ocio y es ideal... lo único que me fastidia un poco es el frío de la sala, pero pienso ponerle remedio en breve, así que no voy a quejarme por ese lado (además culpa mía que se me olvido llamar al man éste que pega las alfombras al piso y con ello tener listo de una vez por todas mi cuarto de estudio).
Con todo, puedo decir que entre papeleo y papeleo, el lunes pasado André y yo fuimos a comer un menú del día en un restaurante cercano, nos estuvimos riendo un poco de los nombres raros de algunos platillos, tomamos después unos mates demás porque el agotamiento de ambos no nos permitió siquiera tener los ojos medio abiertos. Así que decidimos regresar a casa, él con la maleta y el traje a cuestas, yo con mis tacones y mi look “Oh! my Dior”.
Pero después de las cinco, ya teníamos nuevamente la cabeza repleta de nuevas cosas para el escrito, sí para el de las cinco páginas. Transigí en cuanto a la organización de los títulos, pero al parecer resultó en vano, esa costumbre rara de… en fin, simplemente asumo que esas horas no me las quita nadie y bueno… ahora mismo estoy contenta porque me he quitado un peso de encima: el agobio que me estaba produciendo esta primera vuelta a los temas del primer módulo de técnicas de estudio cuando ahora ya hace prácticamente un par de años que no las veo, pero ya diría yo que sí o sí es de aplicarlas ahora que me lancé primero con el tema de la tesis y después con la auxiliatura y finalmente con el concurso de ensayo, vaya complicación!.
Bueno, en esta situación de echarle un vistazo a los gráficos petrificados de este libro prestado de biblioteca, volveré mas pronto que tarde a estar en situación de escribir en este blog (para ustedes y para mí), para no echarnos tanto de menos verdad?
Saludos cordiales nuevamente, y hasta pronto!.
(Para el final: Os dejo con la canción arriba citada)

29 mar 2012

“…y es que seis meses antes conocí a una mujer en Japón. Se había caído por las escaleras y se había estampado contra la pared…ese mismo día le pedí que se casara conmigo”.

Dice que le cambió la vida y le ayudó a relajarse, porque cuando te relajas, te muestras más abierto. Habitualmente está tenso, sin embargo cuando vio la respuesta entusiasta de la audiencia en Río, pensó “No tengo nada que perder” y dejó que la música brotara por sí misma...”Pienso que es lo mejor que he hecho nunca, sinceramente”.
Del mismo modo, describe que el tocar el piano solo le resulta una exigencia física por demás absorbente, porque “…es como si yo fuera tres personas diferentes: una está escuchando, la otra está tocando y la tercera está creando…Se puede hablar de una experiencia espiritual y emocional, pero el asunto en su conjunto es más misterioso de lo que nadie piensa”.
Y así resulta que Keith Jarret (Pensilvania 1945), el último entre los grandes divos del Jazz, acaba de publicar su nuevo disco del que con convicción afirma: “No me da miedo reconocer que algo mío es bueno, no soy un cobarde. Si lo fuera, diría que es una tontería, que soy un pianista como cualquier otro, etcétera, pero no lo creo. Tengo  que ser honesto conmigo mismo. Creo que he creado algo en un formato que nadie ha utilizado antes, y eso me otorga cierto crédito”.
(De una entrevista realizada por Chema García)

7 mar 2012

EMMA ZUNZ

(JORGE LUIS BORGES)

El catorce de enero de 1922, Emma Zunz, al volver de la fábrica de tejidos Tarbuch y Loewenthal, halló en el fondo del zaguán una carta, fechada en el Brasil, por la que supo que su padre había muerto. La engañaron, a primera vista, el sello y el sobre; luego, la inquietó la letra desconocida. Nueve diez líneas borroneadas querían colmar la hoja; Emma leyó que el señor Maier había ingerido por error una fuerte dosis de veronal y había fallecido el tres del corriente en el hospital de Bagé. Un compañero de pensión de su padre firmaba la noticia, un tal Feino Fain, de Río Grande, que no podía saber que se dirigía a la hija del muerto.
Emma dejó caer el papel. Su primera impresión fue de malestar en el vientre y en las rodillas; luego de ciega culpa, de irrealidad, de frío, de temor; luego, quiso ya estar en el día siguiente. Acto contínuo comprendió que esa voluntad era inútil porque la muerte de su padre era lo único que había sucedido en el mundo, y seguiría sucediendo sin fin. Recogió el papel y se fue a su cuarto. Furtivamente lo guardó en un cajón, como si de algún modo ya conociera los hechos ulteriores. Ya había empezado a vislumbrarlos, tal vez; ya era la que sería.
En la creciente oscuridad, Emma lloró hasta el fin de aquel día del suicidio de Manuel Maier, que en los antiguos días felices fue Emanuel Zunz. Recordó veraneos en una chacra, cerca de Gualeguay, recordó (trató de recordar) a su madre, recordó la casita de Lanús que les remataron, recordó los amarillos losanges de una ventana, recordó el auto de prisión, el oprobio, recordó los anónimos con el suelto sobre «el desfalco del cajero», recordó (pero eso jamás lo olvidaba) que su padre, la última noche, le había jurado que el ladrón era Loewenthal. Loewenthal, Aarón Loewenthal, antes gerente de la fábrica y ahora uno de los dueños. Emma, desde 1916, guardaba el secreto. A nadie se lo había revelado, ni siquiera a su mejor amiga, Elsa Urstein. Quizá rehuía la profana incredulidad; quizá creía que el secreto era un vínculo entre ella y el ausente. Loewenthal no sabía que ella sabía; Emma Zunz derivaba de ese hecho ínfimo un sentimiento de poder.
No durmió aquella noche, y cuando la primera luz definió el rectángulo de la ventana, ya estaba perfecto su plan. Procuró que ese día, que le pareció interminable, fuera como los otros. Había en la fábrica rumores de huelga; Emma se declaró, como siempre, contra toda violencia. A las seis, concluido el trabajo, fue con Elsa a un club de mujeres, que tiene gimnasio y pileta. Se inscribieron; tuvo que repetir y deletrear su nombre y su apellido, tuvo que festejar las bromas vulgares que comentan la revisación. Con Elsa y con la menor de las Kronfuss discutió a qué cinematógrafo irían el domingo a la tarde. Luego, se habló de novios y nadie esperó que Emma hablara. En abril cumpliría diecinueve años, pero los hombres le inspiraban, aún, un temor casi patológico... De vuelta, preparó una sopa de tapioca y unas legumbres, comió temprano, se acostó y se obligó a dormir. Así, laborioso y trivial, pasó el viernes quince, la víspera.
El sábado, la impaciencia la despertó. La impaciencia, no la inquietud, y el singular alivio de estar en aquel día, por fin. Ya no tenía que tramar y que imaginar; dentro de algunas horas alcanzaría la simplicidad de los hechos. Leyó en La Prensa que el Nordstjärnan, de Malmö, zarparía esa noche del dique 3; llamó por teléfono a Loewenthal, insinuó que deseaba comunicar, sin que lo supieran las otras, algo sobre la huelga y prometió pasar por el escritorio, al oscurecer. Le temblaba la voz; el temblor convenía a una delatora. Ningún otro hecho memorable ocurrió esa mañana. Emma trabajó hasta las doce y fijó con Elsa y con Perla Kronfuss los pormenores del paseo del domingo. Se acostó después de almorzar y recapituló, cerrados los ojos, el plan que había tramado. Pensó que la etapa final sería menos horrible que la primera y que le depararía, sin duda, el sabor de la victoria y de la justicia. De pronto, alarmada, se levantó y corrió al cajón de la cómoda. Lo abrió; debajo del retrato de Milton Sills, donde la había dejado la antenoche, estaba la carta de Fain. Nadie podía haberla visto; la empezó a leer y la rompió.
Referir con alguna realidad los hechos de esa tarde sería difícil y quizá improcedente. Un atributo de lo infernal es la irrealidad, un atributo que parece mitigar sus terrores y que los agrava tal vez. ¿Cómo hacer verosímil una acción en la que casi no creyó quien la ejecutaba, cómo recuperar ese breve caos que hoy la memoria de Emma Zunz repudia y confunde? Emma vivía por Almagro, en la calle Liniers; nos consta que esa tarde fue al puerto. Acaso en el infame Paseo de Julio se vio multiplicada en espejos, publicada por luces y desnudada por los ojos hambrientos, pero más razonable es conjeturar que al principio erró, inadvertida, por la indiferente recova... Entró en dos o tres bares, vio la rutina o los manejos de otras mujeres. Dio al fin con hombres del Nordstjärnan. De uno, muy joven, temió que le inspirara alguna ternura y optó por otro, quizá más bajo que ella y grosero, para que la pureza del horror no fuera mitigada. El hombre la condujo a una puerta y después a un turbio zaguán y después a una escalera tortuosa y después a un vestíbulo (en el que había una vidriera con losanges idénticos a los de la casa en Lanús) y después a un pasillo y después a una puerta que se cerró. Los hechos graves están fuera del tiempo, ya porque en ellos el pasado inmediato queda como tronchado del porvenir, ya porque no parecen consecutivas las partes que los forman.
¿En aquel tiempo fuera del tiempo, en aquel desorden perplejo de sensaciones inconexas y atroces, pensó Emma Zunz una sola vez en el muerto que motivaba el sacrificio? Yo tengo para mí que pensó una vez y que en ese momento peligró su desesperado propósito. Pensó (no pudo no pensar) que su padre le había hecho a su madre la cosa horrible que a ella ahora le hacían. Lo pensó con débil asombro y se refugió, en seguida, en el vértigo. El hombre, sueco o finlandés, no hablaba español; fue una herramienta para Emma como ésta lo fue para él, pero ella sirvió para el goce y él para la justicia. Cuando se quedó sola, Emma no abrió en seguida los ojos. En la mesa de luz estaba el dinero que había dejado el hombre: Emma se incorporó y lo rompió como antes había roto la carta. Romper dinero es una impiedad, como tirar el pan; Emma se arrepintió, apenas lo hizo. Un acto de soberbia y en aquel día... El temor se perdió en la tristeza de su cuerpo, en el asco. El asco y la tristeza la encadenaban, pero Emma lentamente se levantó y procedió a vestirse. En el cuarto no quedaban colores vivos; el último crepúsculo se agravaba. Emma pudo salir sin que lo advirtieran; en la esquina subió a un Lacroze, que iba al oeste. Eligió, conforme a su plan, el asiento más delantero, para que no le vieran la cara. Quizá le confortó verificar, en el insípido trajín de las calles, que lo acaecido no había contaminado las cosas. Viajó por barrios decrecientes y opacos, viéndolos y olvidándolos en el acto, y se apeó en una de las bocacalles de Warnes. Pardójicamente su fatiga venía a ser una fuerza, pues la obligaba a concentrarse en los pormenores de la aventura y le ocultaba el fondo y el fin.
Aarón Loewenthal era, para todos, un hombre serio; para sus pocos íntimos, un avaro. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Establecido en el desmantelado arrabal, temía a los ladrones; en el patio de la fábrica había un gran perro y en el cajón de su escritorio, nadie lo ignoraba, un revólver. Había llorado con decoro, el año anterior, la inesperada muerte de su mujer - ¡una Gauss, que le trajo una buena dote! -, pero el dinero era su verdadera pasión. Con íntimo bochorno se sabía menos apto para ganarlo que para conservarlo. Era muy religioso; creía tener con el Señor un pacto secreto, que lo eximía de obrar bien, a trueque de oraciones y devociones. Calvo, corpulento, enlutado, de quevedos ahumados y barba rubia, esperaba de pie, junto a la ventana, el informe confidencial de la obrera Zunz.
La vio empujar la verja (que él había entornado a propósito) y cruzar el patio sombrío. La vio hacer un pequeño rodeo cuando el perro atado ladró. Los labios de Emma se atareaban como los de quien reza en voz baja; cansados, repetían la sentencia que el señor Loewenthal oiría antes de morir.
Las cosas no ocurrieron como había previsto Emma Zunz. Desde la madrugada anterior, ella se había soñado muchas veces, dirigiendo el firme revólver, forzando al miserable a confesar la miserable culpa y exponiendo la intrépida estratagema que permitiría a la Justicia de Dios triunfar de la justicia humana. (No por temor, sino por ser un instrumento de la Justicia, ella no quería ser castigada.) Luego, un solo balazo en mitad del pecho rubricaría la suerte de Loewenthal. Pero las cosas no ocurrieron así.
Ante Aarón Loeiventhal, más que la urgencia de vengar a su padre, Emma sintió la de castigar el ultraje padecido por ello. No podía no matarlo, después de esa minuciosa deshonra. Tampoco tenía tiempo que perder en teatralerías. Sentada, tímida, pidió excusas a Loewenthal, invocó (a fuer de delatora) las obligaciones de la lealtad, pronunció algunos nombres, dio a entender otros y se cortó como si la venciera el temor. Logró que Loewenthal saliera a buscar una copa de agua. Cuando éste, incrédulo de tales aspavientos, pero indulgente, volvió del comedor, Emma ya había sacado del cajón el pesado revólver. Apretó el gatillo dos veces. El considerable cuerpo se desplomó como si los estampi-dos y el humo lo hubieran roto, el vaso de agua se rompió, la cara la miró con asombro y cólera, la boca de la cara la injurió en español y en ídisch. Las malas palabras no cejaban; Emma tuvo que hacer fuego otra vez. En el patio, el perro encadenado rompió a ladrar, y una efusión de brusca sangre manó de los labios obscenos y manchó la barba y la ropa. Emma inició la acusación que había preparado («He vengado a mi padre y no me podrán castigar...»), pero no la acabó, porque el señor Loewenthal ya había muerto. No supo nunca si alcanzó a comprender.
Los ladridos tirantes le recordaron que no podía, aún, descansar. Desordenó el diván, desabrochó el saco del cadáver, le quitó los quevedos salpicados y los dejó sobre el fichero. Luego tomó el teléfono y repitió lo que tantas veces repetiría, con esas y con otras palabras: Ha ocurrido una cosa que es increíble... El señor Loewenthal me hizo venir con el pretexto de la huelga... Abusó de mí, lo maté...
La historia era increíble, en efecto, pero se impuso a todos, porque sustancialmente era cierta. Verdadero era el tono de Emma Zunz, verdadero el pudor, verdadero el odio. Verdadero también era el ultraje que había padecido; sólo eran falsas las circunstancias, la hora y uno o dos nombres propios.