Llegué tranqui, tenía mi primera sesión con el ‘tipo del
chaleco a cuadros’, más conocido profesionalmente como psiquiatra; me da la
‘bienvenida’ y pregunta: -“¿en qué la puedo ayudar?”-, le despliego mi arsenal
sintomatológico – tal cual me lo recomendó el neurólogo - y comienza a
sucederse un interesante intercambio –demasiado técnico para mi gusto–, de
supuestas situaciones compuestas vividas. Me pregunta si en ese momento deseo
llorar – yo lo empiezo a odiar por obligarme con su pregunta a ello -.
Conclusión: por más que todo haya transcurrido relajadamente
no me conformó, me retiré con un sabor insulso, y la sensación de ni fú, ni fá,
ni bien, ni mal, ni ‘guauuu’, ni ‘uhhhhh’, o sea: NADA!
Me retiro, subo un piso, puerta abierta, saludo con la mano
y me invita a pasar mi queridísima psicóloga...
Ni bien tomo asiento, le comunico mi disconformidad y todas
mis ganas juntas de no volver a perder mi tiempo visitando nuevamente a su
colega de chaleco, ella, pobre santa de Dior, entiende lo expuesto y hasta está
de acuerdo conmigo –coincidir tan puntualmente con el terapeuta es una
satisfacción gratificante créanme–.
Pero ya sabemos que no todas son margaritas en esta vida y
desde el primer día de mi consulta con la Licenciada Hurtado me propuse no
hacerle la vista gorda a nada, entonces aconteció el siguiente diálogo:
Bien.
-¿y tus vecinos?
No sé.
-¿pero tienes vecinos?
Si.
-¿…?
Me los atravieso alguna vez, pero no me interesa saber
quiénes son.
-¿y tu nuevo trabajo?
Bien.
-¿…?
Apenas empiezo a conocer a la gente. Todos parecen iguales.
-¿con tu novio?
No se.
-¿…?
Me molesta que me hable.
-¿entonces?
Utilizo el celular de la empresa y le comunico lo que debo
por mensajes de texto.
-¿y vos qué es lo que necesitarías que la gente haga?
Que se U BI QUE!
-¿…?
Es simple, hoy me levanté con dolor de cabeza…:)
-¿¡…!?
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